La primera vez que vi la casa, supe que era perfecta. Había pasado los últimos meses buscando un lugar donde mis abuelos pudieran vivir sus últimos años con la paz que tanto merecían, y esa pequeña casa de campo, rodeada de árboles frutales y con una vista imponente a las montañas, parecía salida de un sueño. No era grande, ni lujosa, pero tenía algo especial: era un refugio alejado del ruido y del bullicio de la ciudad. Algo en sus paredes desgastadas y su jardín lleno de flores silvestres me hizo sentir que pertenecía a nuestra familia.
Mira la historia completa aquí:
Comments